Desde que Elsa Medina Osorio tuvo memoria, la inquietante presencia de Vladimir en el vestíbulo de la mansión de La Desembocadura, había influido de modo determinante en la larga y variopinta saga de la estirpe de los Medina. Todos, en algún momento de su vida, se cuestionaron sobre la naturaleza del enigmático centinela. Además, en cuanto alguna de las mujeres del linaje de los Medina rendía homenaje a sus encantos varoniles, los hombres de la familia solían responder con una labor de descrédito contra el atractivo cosaco. La leyenda familiar no dudaba en atribuir a la portentosa escultura de caoba una responsabilidad ineludible en el destino fatal de diversos miembros de la familia. El beso del cosaco, una marca de nacimiento con la forma de los labios y notoriamente marcada sobre la clavícula izquierda de cualquier Medina, constituía una señal inequívoca de una vida turbulenta, acompañada de una muerte cruenta. Elsa, ciertamente, no lo ponía en duda. Como tampoco llegó jamás a asumir que Vladimir la ignorara y que, producto de su desaire, ella hubiera tenido que fabricarse, con su propio esfuerzo, una vida intensa. Aun cuando, ahora, le llegara el reconciliador momento de la muerte y, con ella, un tiempo para soñar y reencontrarse con los espíritus de los Medina… junto a la oportunidad para intentar seducir, por última vez, al imponente cosaco de madera.
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Desde que Elsa Medina Osorio tuvo memoria, la inquietante presencia de Vladimir en el vestíbulo de la mansión de La Desembocadura, había influido de modo determinante en la larga y variopinta saga de la estirpe de los Medina. Todos, en algún momento de su vida, se cuestionaron sobre la naturaleza del enigmático centinela. Además, en cuanto alguna de las mujeres del linaje de los Medina rendía homenaje a sus encantos varoniles, los hombres de la familia solían responder con una labor de descrédito contra el atractivo cosaco. La leyenda familiar no dudaba en atribuir a la portentosa escultura de caoba una responsabilidad ineludible en el destino fatal de diversos miembros de la familia. El beso del cosaco, una marca de nacimiento con la forma de los labios y notoriamente marcada sobre la clavícula izquierda de cualquier Medina, constituía una señal inequívoca de una vida turbulenta, acompañada de una muerte cruenta. Elsa, ciertamente, no lo ponía en duda. Como tampoco llegó jamás a asumir que Vladimir la ignorara y que, producto de su desaire, ella hubiera tenido que fabricarse, con su propio esfuerzo, una vida intensa. Aun cuando, ahora, le llegara el reconciliador momento de la muerte y, con ella, un tiempo para soñar y reencontrarse con los espíritus de los Medina… junto a la oportunidad para intentar seducir, por última vez, al imponente cosaco de madera.