Sábado. Seis y media de la mañana. Julieta lleva despierta desde las seis menos diez, trajinando por la casa. Lo primero que ha hecho es desprenderse del pijama, quedarse en pelota picada y buscar su guante en el cajón —los guantes ocupan un lugar importante en su vida—. Desde la cama oigo sus pisadas por el pasillo, en dirección a la cocina, y se me contraen las vísceras. Pensar en cómo han quedado las habitaciones por las que ha pasado me inmoviliza física y mentalmente. ¿Por qué me habrá tocado esta niña a mí y no a las infantas Elena y Cristina o a Catherine Z. Jones?
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Sábado. Seis y media de la mañana. Julieta lleva despierta desde las seis menos diez, trajinando por la casa. Lo primero que ha hecho es desprenderse del pijama, quedarse en pelota picada y buscar su guante en el cajón —los guantes ocupan un lugar importante en su vida—. Desde la cama oigo sus pisadas por el pasillo, en dirección a la cocina, y se me contraen las vísceras. Pensar en cómo han quedado las habitaciones por las que ha pasado me inmoviliza física y mentalmente. ¿Por qué me habrá tocado esta niña a mí y no a las infantas Elena y Cristina o a Catherine Z. Jones?