Me quedé mirándola con profundo estupor. Era una cliente hermosa. Y joven. También debía ser rica. O, cuando menos, de clase acomodada. Hasta ahora, que yo recuerde, ningún cliente ha depositado de modo previo un fajo de billetes de cien, hasta un total de cinco mil dólares, sobre la mesa de mi oficina, como previo pago a cualquier servicio requerido. Y eso era lo que había hecho mi cliente. Contemplé el fajo de billetes nuevos, flamantes, todavía con la franja adhesiva del Banco, envolviéndolos casi amorosamente. Me costó trabajo pensar que yo pudiera cerrar mis dedos sobre ellos y guardarlos, sencillamente, en mi bolsillo.
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Me quedé mirándola con profundo estupor. Era una cliente hermosa. Y joven. También debía ser rica. O, cuando menos, de clase acomodada. Hasta ahora, que yo recuerde, ningún cliente ha depositado de modo previo un fajo de billetes de cien, hasta un total de cinco mil dólares, sobre la mesa de mi oficina, como previo pago a cualquier servicio requerido. Y eso era lo que había hecho mi cliente. Contemplé el fajo de billetes nuevos, flamantes, todavía con la franja adhesiva del Banco, envolviéndolos casi amorosamente. Me costó trabajo pensar que yo pudiera cerrar mis dedos sobre ellos y guardarlos, sencillamente, en mi bolsillo.