—Si no desahogas —dijo él cauteloso—, no te quitarás nunca ese peso de encima.
—Joaquín nunca me pidió que me casara con él.
Lo dijo muy aprisa.
Jaime no se inmutó.
O él era tonto, o conocía sobradamente a Lía para saber que algo no marchaba bien.
—O sea, que nunca te habló de boda…
—Nunca.
—¿Y tú?
—Si es un tema que él no toca, ¿cómo voy a tocarlo yo?
Jaime se levantó con cierta brusquedad.
Odiaba al novio de Lía. Lo odiaba con todas las fuerzas y eso que no lo conocía. Pero le sobraba de saber que en Madrid, como en cualquier capital grande, abundan los desaprensivos. ¿Quién podía ser aquel tipo?
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—Si no desahogas —dijo él cauteloso—, no te quitarás nunca ese peso de encima. —Joaquín nunca me pidió que me casara con él. Lo dijo muy aprisa. Jaime no se inmutó. O él era tonto, o conocía sobradamente a Lía para saber que algo no marchaba bien. —O sea, que nunca te habló de boda… —Nunca. —¿Y tú? —Si es un tema que él no toca, ¿cómo voy a tocarlo yo? Jaime se levantó con cierta brusquedad. Odiaba al novio de Lía. Lo odiaba con todas las fuerzas y eso que no lo conocía. Pero le sobraba de saber que en Madrid, como en cualquier capital grande, abundan los desaprensivos. ¿Quién podía ser aquel tipo?