Oliver se echó a reír de buena gana. Myrna se quedó impasible.
—¿Una india? ¿Y por qué, mamá?
—No lo sé. No me dice por qué ni qué intenciones son las suyas. Únicamente me pide que me prepare a recibir a una hija más... y estoy dispuesta.
Al fin, Myrna salió de su altiva apatía.
—¿Una hija más? —desdeñó desde la altura de sus doce años—. Una india es de distinta raza y no tenemos por qué quererla como a una hermana.
Lauren Fairbanks conocía el temperamento de Myrna, su altivez, su orgullo de raza y su poca afabilidad para el prójimo. Trataba de cortar aquella soberbia siempre que le era posible, si bien los resultados no siempre eran satisfactorios.
—Te olvidas, Myrna, de que no estamos en nuestra casa.
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Oliver se echó a reír de buena gana. Myrna se quedó impasible. —¿Una india? ¿Y por qué, mamá? —No lo sé. No me dice por qué ni qué intenciones son las suyas. Únicamente me pide que me prepare a recibir a una hija más... y estoy dispuesta. Al fin, Myrna salió de su altiva apatía. —¿Una hija más? —desdeñó desde la altura de sus doce años—. Una india es de distinta raza y no tenemos por qué quererla como a una hermana. Lauren Fairbanks conocía el temperamento de Myrna, su altivez, su orgullo de raza y su poca afabilidad para el prójimo. Trataba de cortar aquella soberbia siempre que le era posible, si bien los resultados no siempre eran satisfactorios. —Te olvidas, Myrna, de que no estamos en nuestra casa.