No quedaba nada en su persona de aquella tímida Joan. Ni siquiera el nombre, pues cuando su madre murió y quedó llena de deudas y hubo de vender el comercio para hacer frente a ellas, cambió también de nombre para dejar definitivamente Nueva York. De ello hacía siete años. ¡Siete años!
Se sentó en el borde de una butaca y quedó pensativa. El corazón golpeaba como loco en el pecho y hacía daño, produciéndole un tremendo deseo de llorar. Pero no lloró. Joan hacía mucho tiempo que no lloraba, pues sabía domeñar sus deseos, sus instintos y hasta sus debilidades.
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No quedaba nada en su persona de aquella tímida Joan. Ni siquiera el nombre, pues cuando su madre murió y quedó llena de deudas y hubo de vender el comercio para hacer frente a ellas, cambió también de nombre para dejar definitivamente Nueva York. De ello hacía siete años. ¡Siete años! Se sentó en el borde de una butaca y quedó pensativa. El corazón golpeaba como loco en el pecho y hacía daño, produciéndole un tremendo deseo de llorar. Pero no lloró. Joan hacía mucho tiempo que no lloraba, pues sabía domeñar sus deseos, sus instintos y hasta sus debilidades.