SE detuvo el «Rolls Royce» frente a la fachada de piedra gris, con escalones de acceso a la amplia, suntuosa puerta de recia madera de roble. Eran seis los escalones que subían hasta la entrada del Mayfair Club de la Quinta Avenida neoyorquina. Seis escalones los que subió el hombre que había descendido poco antes del automóvil, tras recibir el saludo ceremonioso del portero de ostentosa librea color granate, al inclinarse ante él: —Buenas tardes, señor Talbot. Bien venido al club, señor.
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SE detuvo el «Rolls Royce» frente a la fachada de piedra gris, con escalones de acceso a la amplia, suntuosa puerta de recia madera de roble. Eran seis los escalones que subían hasta la entrada del Mayfair Club de la Quinta Avenida neoyorquina. Seis escalones los que subió el hombre que había descendido poco antes del automóvil, tras recibir el saludo ceremonioso del portero de ostentosa librea color granate, al inclinarse ante él: —Buenas tardes, señor Talbot. Bien venido al club, señor.