Iris Braun enderezó el busto tras haber cerrado la pequeña maleta, y sus ojos grandes, rasgados, de un verde azulado, vagaron un momento por la desolada estancia.—Ya no queda nada, Iris —comentó con voz monótona la vecina que la había acompañado hasta aquel momento—. ¡Ah, queda este retrato! ¿No lo llevas?—¿Para qué? —preguntó la joven, con desgana—. Eso pertenece también al pasado y he de comunicarte, mi querida Marta, que el pasado ha muerto esta noche.—Pero este rostro, Iris, debe ir dentro de tu corazón.Iris movió la cabeza repetidas veces. Después elevó los ojos, y una sonrisa apenas perceptible los empequeñeció considerablemente.
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Iris Braun enderezó el busto tras haber cerrado la pequeña maleta, y sus ojos grandes, rasgados, de un verde azulado, vagaron un momento por la desolada estancia.—Ya no queda nada, Iris —comentó con voz monótona la vecina que la había acompañado hasta aquel momento—. ¡Ah, queda este retrato! ¿No lo llevas?—¿Para qué? —preguntó la joven, con desgana—. Eso pertenece también al pasado y he de comunicarte, mi querida Marta, que el pasado ha muerto esta noche.—Pero este rostro, Iris, debe ir dentro de tu corazón.Iris movió la cabeza repetidas veces. Después elevó los ojos, y una sonrisa apenas perceptible los empequeñeció considerablemente.