EL juez Bruce Aymler abandonó su despacho un poco tarde aquella noche. Había tenido mucho trabajo durante todo el día, a causa de aquellos dos casos a presidir durante la semana, ambos demasiado importantes para dejárselos en manos a sus suplentes, antes de emprender sus bien merecidas vacaciones. Por algo en las dos circunstancias lo que se veía era una causa por asesinato, y la solicitud del fiscal era la de pena de muerte. El juez Aymler era un hombre minucioso y bien organizado. No se marcharía a disfrutar de sus días libres fuera de la ciudad, dedicándose a la pesca y la lectura, sin antes dejar ambos casos juzgados y sentenciados. Cuando la vida de un hombre estaba en juego, era preferible atar todos los cabos. Esa era, al menos, su opinión profesional y humana.
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EL juez Bruce Aymler abandonó su despacho un poco tarde aquella noche. Había tenido mucho trabajo durante todo el día, a causa de aquellos dos casos a presidir durante la semana, ambos demasiado importantes para dejárselos en manos a sus suplentes, antes de emprender sus bien merecidas vacaciones. Por algo en las dos circunstancias lo que se veía era una causa por asesinato, y la solicitud del fiscal era la de pena de muerte. El juez Aymler era un hombre minucioso y bien organizado. No se marcharía a disfrutar de sus días libres fuera de la ciudad, dedicándose a la pesca y la lectura, sin antes dejar ambos casos juzgados y sentenciados. Cuando la vida de un hombre estaba en juego, era preferible atar todos los cabos. Esa era, al menos, su opinión profesional y humana.