María Victoria —Viky para sus hermanos— se hallaba con la frente pegada al cristal de la ventana. Era una joven de veinte años, no muy alta, de esbelto talle, muy distinguida. Su pelo tenía un tono caoba claro, fuerte y brillante, y ella lo peinaba hacia atrás despejando la cara, sin horquillas ni prendedores. Resultaba muy femenina. Sus ojos castaños, de cálida expresión, resaltaban en medio de su linda cara de una belleza extraordinaria. Los que la conocían decían de ella: «Bastan los ojos de Viky Fuentes para entontecer a uno. Y su boca sensitiva produce cierta excitación al contemplarla». A Viky no le interesaban tales halagos, si es que así pudieran calificarse. Vivía para sus hermanos, para el hogar, y hasta la fecha ningún hombre le había interesado particularmente.
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María Victoria —Viky para sus hermanos— se hallaba con la frente pegada al cristal de la ventana. Era una joven de veinte años, no muy alta, de esbelto talle, muy distinguida. Su pelo tenía un tono caoba claro, fuerte y brillante, y ella lo peinaba hacia atrás despejando la cara, sin horquillas ni prendedores. Resultaba muy femenina. Sus ojos castaños, de cálida expresión, resaltaban en medio de su linda cara de una belleza extraordinaria. Los que la conocían decían de ella: «Bastan los ojos de Viky Fuentes para entontecer a uno. Y su boca sensitiva produce cierta excitación al contemplarla». A Viky no le interesaban tales halagos, si es que así pudieran calificarse. Vivía para sus hermanos, para el hogar, y hasta la fecha ningún hombre le había interesado particularmente.