—No me saques de mis casillas. Si damos una fiesta en casa, Albert, se escabulle con la mayor audacia. Si su hermana le invita a fiestas sociales, solo con el fin de que la acompañe, se acuesta en la cama aduciendo jaqueca. ¿Qué tenemos nosotros por hijo, Marcela querida? Un pobre diablo, una damisela a quien asustan las mujeres, y que no pronuncia dos palabras seguidas. Que se acuesta en la cama antes de acompañar a una mujer —le apuntó con el dedo enhiesto—. ¿Sabes lo que te digo? Apuesto a que a sus veintiséis años, Albert es un hombre casto. —¿Y eso te molesta? —se alarmó la dama. —Eso me revienta sencillamente…
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—No me saques de mis casillas. Si damos una fiesta en casa, Albert, se escabulle con la mayor audacia. Si su hermana le invita a fiestas sociales, solo con el fin de que la acompañe, se acuesta en la cama aduciendo jaqueca. ¿Qué tenemos nosotros por hijo, Marcela querida? Un pobre diablo, una damisela a quien asustan las mujeres, y que no pronuncia dos palabras seguidas. Que se acuesta en la cama antes de acompañar a una mujer —le apuntó con el dedo enhiesto—. ¿Sabes lo que te digo? Apuesto a que a sus veintiséis años, Albert es un hombre casto. —¿Y eso te molesta? —se alarmó la dama. —Eso me revienta sencillamente…