Lorena Alcorta logra sobrevivir a un terrible accidente gracias a la intervención de un misterioso hombre. A partir de ese momento, su vida no puede volver a la normalidad porque un extraño personaje comienza a acechar sus sueños y también su vigilia. ¿Quién es él? ¿Es real o es solo un producto de su imaginación? Y lo más importante, ¿qué es lo que quiere?
Si deseas conocer las respuestas, te invito a sumergirte en la lectura de una novela en la que el mundo real y el mundo onírico se entrelazan para formar un escenario en el que la razón tiene los ojos vendados y todo, absolutamente todo, puede suceder.
«El espectáculo desolador que me rodeaba me convertía en una espectadora privilegiada del infierno. La desesperación me estaba aplastando, quería huir, desaparecer, entonces lo vi. Era el mismo hombre de la estación. Su figura alta, fuerte y oscura se distinguía entre el caos. Su rostro permanecía oculto en las sombras, pero un haz de luz sesgada iluminaba sus ojos, y en su mirada creí leer una mezcla de furia, melancolía y algo más que no pude interpretar.
Para evadir la realidad, me concentré en esos ojos, grises, como un cielo nublado en una noche de tormenta. Minutos después, cuando mis párpados se estaban cerrando, escuché una gran explosión y luego una voz que me susurraba: “Encuéntrame”».
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Lorena Alcorta logra sobrevivir a un terrible accidente gracias a la intervención de un misterioso hombre. A partir de ese momento, su vida no puede volver a la normalidad porque un extraño personaje comienza a acechar sus sueños y también su vigilia. ¿Quién es él? ¿Es real o es solo un producto de su imaginación? Y lo más importante, ¿qué es lo que quiere? Si deseas conocer las respuestas, te invito a sumergirte en la lectura de una novela en la que el mundo real y el mundo onírico se entrelazan para formar un escenario en el que la razón tiene los ojos vendados y todo, absolutamente todo, puede suceder. «El espectáculo desolador que me rodeaba me convertía en una espectadora privilegiada del infierno. La desesperación me estaba aplastando, quería huir, desaparecer, entonces lo vi. Era el mismo hombre de la estación. Su figura alta, fuerte y oscura se distinguía entre el caos. Su rostro permanecía oculto en las sombras, pero un haz de luz sesgada iluminaba sus ojos, y en su mirada creí leer una mezcla de furia, melancolía y algo más que no pude interpretar. Para evadir la realidad, me concentré en esos ojos, grises, como un cielo nublado en una noche de tormenta. Minutos después, cuando mis párpados se estaban cerrando, escuché una gran explosión y luego una voz que me susurraba: “Encuéntrame”».