El conserje levantó la cabeza. Fijó sus ojos en el recién llegado. —Lo siento, señor —dijo escuetamente con tono mecánico—. No hay vacantes. Tenemos todos los apartamentos ocupados. El otro no dijo nada. Se inclinó sobre el mostrador de recepción. Hacía mucho calor. El conserje se enjugaba el sudor con un pañuelo. El visitante hundió la mano en un bolsillo de su chaqueta color crudo y el conserje pensó que también iba a sacar un pañuelo para secarse las gotas de sudor que corrían por su frente.
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El conserje levantó la cabeza. Fijó sus ojos en el recién llegado. —Lo siento, señor —dijo escuetamente con tono mecánico—. No hay vacantes. Tenemos todos los apartamentos ocupados. El otro no dijo nada. Se inclinó sobre el mostrador de recepción. Hacía mucho calor. El conserje se enjugaba el sudor con un pañuelo. El visitante hundió la mano en un bolsillo de su chaqueta color crudo y el conserje pensó que también iba a sacar un pañuelo para secarse las gotas de sudor que corrían por su frente.