Se volvió la niña. Habíaempezado a llover. El cielo, sobre su cabeza, era de un color plomizo, como loera siempre en aquella región, día tras día, durante todo el largo y tedioso invierno. Se encontró sola. Total,absolutamente sola. La granja quedaba a alguna distancia. A demasiada distanciapara pensar en correr hacia ella con un mínimo de posibilidades de éxito. Miró al otro lado. Allí, losacantilados asomaban al mar, cuyo oleaje se oía romper violentamente contra lasrocas. La altura sobre las aguas grises y violentas, era demasiado grande parapensar en ello. La niña empezó asentir miedo. Pánico, en realidad. Sus gritos se hicieron más agudos.
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Se volvió la niña. Habíaempezado a llover. El cielo, sobre su cabeza, era de un color plomizo, como loera siempre en aquella región, día tras día, durante todo el largo y tedioso invierno. Se encontró sola. Total,absolutamente sola. La granja quedaba a alguna distancia. A demasiada distanciapara pensar en correr hacia ella con un mínimo de posibilidades de éxito. Miró al otro lado. Allí, losacantilados asomaban al mar, cuyo oleaje se oía romper violentamente contra lasrocas. La altura sobre las aguas grises y violentas, era demasiado grande parapensar en ello. La niña empezó asentir miedo. Pánico, en realidad. Sus gritos se hicieron más agudos.