El jinete se echó hacia atrás el astroso sombrero y oteó el panorama hacia el sudoeste. Vio una inmensidad de lomas onduladas color amarillo rojizo, donde crecían la salvia, el mezquite, las chollas y los “devil fingers” bajo un sol de cobre tan implacable como el mismo infierno. —Coyote...—repitió para sí—. Nunca he oído hablar de él. Y, por lo tanto, es probable que en él nada hayan oído nunca de mí. Tras semejante conclusión, tiró de las riendas de su cabalgadura y la metió por el largo y poco transitado sendero.
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El jinete se echó hacia atrás el astroso sombrero y oteó el panorama hacia el sudoeste. Vio una inmensidad de lomas onduladas color amarillo rojizo, donde crecían la salvia, el mezquite, las chollas y los “devil fingers” bajo un sol de cobre tan implacable como el mismo infierno. —Coyote...—repitió para sí—. Nunca he oído hablar de él. Y, por lo tanto, es probable que en él nada hayan oído nunca de mí. Tras semejante conclusión, tiró de las riendas de su cabalgadura y la metió por el largo y poco transitado sendero.