Sally Hoffman dirigió una mirada al reloj del establecimiento. Las cinco y treinta minutos, exactamente. Hora de cerrar. Suspiró, dejando de envolver la pieza solicitada por el coleccionista. Se encaminó a la puerta para cerrar. Había estado esperando ese momento durante toda la tarde. Nunca sintió más deseos de pasar el pestillo, bajar la cortina y poner el cartel de «Cerrado» tras los cristales de la entrada. No se sentía demasiado bien, aquel día. Su cabeza le dolía fuertemente, y se encontraba ligeramente febril. La humedad de aquel invierno acaso influía en la cantidad de afecciones gripales que se estaban dando en todo San Francisco. Y, por lo que parecía, ella no iba a ser una excepción.
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Sally Hoffman dirigió una mirada al reloj del establecimiento. Las cinco y treinta minutos, exactamente. Hora de cerrar. Suspiró, dejando de envolver la pieza solicitada por el coleccionista. Se encaminó a la puerta para cerrar. Había estado esperando ese momento durante toda la tarde. Nunca sintió más deseos de pasar el pestillo, bajar la cortina y poner el cartel de «Cerrado» tras los cristales de la entrada. No se sentía demasiado bien, aquel día. Su cabeza le dolía fuertemente, y se encontraba ligeramente febril. La humedad de aquel invierno acaso influía en la cantidad de afecciones gripales que se estaban dando en todo San Francisco. Y, por lo que parecía, ella no iba a ser una excepción.