Omalley Malone se vistió, bajó la escalera de un hotel de segunda categoría del pueblo de Raton y contempló el día gris y desapacible bajo un cielo encapotado. Debajo del brazo llevaba su guitarra.
Había llegado a la población tres días antes, con un cargamento de hermosas muías reunidas con esmero durante dos meses en el oeste del Estado de Tejas y en torno a Tucumcari y Clovis. Las había vendido obteniendo un buen beneficio, y ahora estaba en pie delante del hotel, completamente arruinado. Únicamente le quedaba la silla que ganó en Cheyenne, el verano anterior, en un campeonato de equitación, montando potros salvajes. Esta silla se encontraba en la granja de Don Kilton, cerca de la carretera.
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Omalley Malone se vistió, bajó la escalera de un hotel de segunda categoría del pueblo de Raton y contempló el día gris y desapacible bajo un cielo encapotado. Debajo del brazo llevaba su guitarra.
Había llegado a la población tres días antes, con un cargamento de hermosas muías reunidas con esmero durante dos meses en el oeste del Estado de Tejas y en torno a Tucumcari y Clovis. Las había vendido obteniendo un buen beneficio, y ahora estaba en pie delante del hotel, completamente arruinado. Únicamente le quedaba la silla que ganó en Cheyenne, el verano anterior, en un campeonato de equitación, montando potros salvajes. Esta silla se encontraba en la granja de Don Kilton, cerca de la carretera.