Negrete comienza recordando que en tiempos anteriores a la Revolución de Mayo ya se practicaban excesos increíbles con la muerte, como dejar expuestos los muertos indigentes con una lata a un lado para que la gente pusiera su limosna y se reuniera la suma suficiente para darles sepultura. Después sucedería la común costumbre de dejar en lugares públicos los cuerpos de los ahorcados, o pasear las cabezas de los asesinados, llevadas como trofeos, o el periplo del cadáver de Juan Lavalle pudriéndose, que inspiraría al Sabato de “Sobre héroes y tumbas”. Una sucesión de hechos siniestros que llevan hasta los hechos más recientes, como la momificación y profanación y ocultamiento del cuerpo de Eva Perón; o el de Perón mismo, cuyo homenaje póstumo fue en medio de un tiroteo y mutilación del cadáver. De “los músculos del cuello de Alicia Muñiz que fueron robados para que no se culpara a Carlos Monzón de haberla asesinado” al robo del corazón momificado de Fray Mamerto Esquiú, o a la devoción popular por las tumbas de la Difunta Correa, de Gardel, Gilda, Rodrigo o el Gauchito Gil. No es casual que “en lugar de conmemorar nacimientos, solemos recordar siempre las muertes”. Las repatriaciones de cadáveres (hasta el de Jorge Luis Borges intentó ser sacudido), la profanaciones de tumbas, la adhesión masiva a ciertos funerales (los de Hipólito Yrigoyen, Gardel, Eva y Juan Perón, Ringo Bonavena, Alberto Olmedo y Carlos Monzón, entre tantos otros), los desaparecidos y las exhumaciones en su búsqueda y todo lo que conforma ese espiral de la cultura necrómana nacional, que alguna vez deberíamos unirnos para frenar. “Entonces el mensaje final del Himno Nacional cantado “¡... o juremos con gloria morir!’ podrá ser superado, sin perder su sentido épico, por un “¡... o juremos con gloria vivir!’”
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Negrete comienza recordando que en tiempos anteriores a la Revolución de Mayo ya se practicaban excesos increíbles con la muerte, como dejar expuestos los muertos indigentes con una lata a un lado para que la gente pusiera su limosna y se reuniera la suma suficiente para darles sepultura. Después sucedería la común costumbre de dejar en lugares públicos los cuerpos de los ahorcados, o pasear las cabezas de los asesinados, llevadas como trofeos, o el periplo del cadáver de Juan Lavalle pudriéndose, que inspiraría al Sabato de “Sobre héroes y tumbas”. Una sucesión de hechos siniestros que llevan hasta los hechos más recientes, como la momificación y profanación y ocultamiento del cuerpo de Eva Perón; o el de Perón mismo, cuyo homenaje póstumo fue en medio de un tiroteo y mutilación del cadáver. De “los músculos del cuello de Alicia Muñiz que fueron robados para que no se culpara a Carlos Monzón de haberla asesinado” al robo del corazón momificado de Fray Mamerto Esquiú, o a la devoción popular por las tumbas de la Difunta Correa, de Gardel, Gilda, Rodrigo o el Gauchito Gil. No es casual que “en lugar de conmemorar nacimientos, solemos recordar siempre las muertes”. Las repatriaciones de cadáveres (hasta el de Jorge Luis Borges intentó ser sacudido), la profanaciones de tumbas, la adhesión masiva a ciertos funerales (los de Hipólito Yrigoyen, Gardel, Eva y Juan Perón, Ringo Bonavena, Alberto Olmedo y Carlos Monzón, entre tantos otros), los desaparecidos y las exhumaciones en su búsqueda y todo lo que conforma ese espiral de la cultura necrómana nacional, que alguna vez deberíamos unirnos para frenar. “Entonces el mensaje final del Himno Nacional cantado “¡... o juremos con gloria morir!’ podrá ser superado, sin perder su sentido épico, por un “¡... o juremos con gloria vivir!’”