—Sí —dijo Kenneth Knowles con firmeza—. Voy a defenderla. Sus colegas del Royal Arms Club de Mayfair le miraron con una mezcla de estupor e incredulidad. Cambiaron entre sí miradas algo irónicas. —Supongo que bromeas, ¿no, Ken? —Fue lo que se le ocurrió preguntar a sir Adam Mowbray, fiscal del reino. —¿Bromear yo? —Enarcó sus cejas Kenneth Knowles, sin moverse lo más mínimo en el confortable butacón de la sala de lectura del club—. Tengo cierto sentido del humor, todos lo sabéis. Pero no me gusta bromear con estas cosas. Se trata de una petición de pena capital, ¿no es cierto?
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—Sí —dijo Kenneth Knowles con firmeza—. Voy a defenderla. Sus colegas del Royal Arms Club de Mayfair le miraron con una mezcla de estupor e incredulidad. Cambiaron entre sí miradas algo irónicas. —Supongo que bromeas, ¿no, Ken? —Fue lo que se le ocurrió preguntar a sir Adam Mowbray, fiscal del reino. —¿Bromear yo? —Enarcó sus cejas Kenneth Knowles, sin moverse lo más mínimo en el confortable butacón de la sala de lectura del club—. Tengo cierto sentido del humor, todos lo sabéis. Pero no me gusta bromear con estas cosas. Se trata de una petición de pena capital, ¿no es cierto?