A Woody Leman le gustaba el jazz. Es más, se volvía loco por el jazz. Pero esa noche no había ido al Cotton Club en busca de buena música, como hacía siempre. Había otra clase de música que temía mucho más, y que no se interpretaba con saxo, trombón, piano o batería, sino con hermosos modelos de Thompson automáticos, capaces de interpretar la más brutal y ruidosa sinfonía imaginable. Woody Leman estaba asustado. Muy asustado. Y tenía razones sobradas para ello.
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A Woody Leman le gustaba el jazz. Es más, se volvía loco por el jazz. Pero esa noche no había ido al Cotton Club en busca de buena música, como hacía siempre. Había otra clase de música que temía mucho más, y que no se interpretaba con saxo, trombón, piano o batería, sino con hermosos modelos de Thompson automáticos, capaces de interpretar la más brutal y ruidosa sinfonía imaginable. Woody Leman estaba asustado. Muy asustado. Y tenía razones sobradas para ello.