El caballero que entró aquella mañana en la sucursal del First Commercial & Trust Bank era un joven de no más de treinta años, que vestía atildadamente, elegante y discreto; la solapa de su chaqueta ostentaba un fragante clavel blanco. Llevaba en la mano un portafolios de piel de cocodrilo y todo en él respiraba distinción y confianza. Al llegar a la ventanilla de pagos, extrajo un cheque de su billetera y lo depositó delante del relativamente asombrado cajero. —En efectivo, por favor —pidió con gran cortesía. El cajero leyó la cifra escrita en el cheque y dio un respingo. Volvió a respingar al leer la firma que avalaba el pago de ciento cuarenta y seis mil trescientos setenta y cuatro dólares con cincuenta centavos.
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El caballero que entró aquella mañana en la sucursal del First Commercial & Trust Bank era un joven de no más de treinta años, que vestía atildadamente, elegante y discreto; la solapa de su chaqueta ostentaba un fragante clavel blanco. Llevaba en la mano un portafolios de piel de cocodrilo y todo en él respiraba distinción y confianza. Al llegar a la ventanilla de pagos, extrajo un cheque de su billetera y lo depositó delante del relativamente asombrado cajero. —En efectivo, por favor —pidió con gran cortesía. El cajero leyó la cifra escrita en el cheque y dio un respingo. Volvió a respingar al leer la firma que avalaba el pago de ciento cuarenta y seis mil trescientos setenta y cuatro dólares con cincuenta centavos.