Nunca me ha avergonzado decir que soy un hombre de pueblo. Aquí, en la gran ciudad, donde todo el mundo presume de procedencia especial, alardeando ser de acá o de allá, siempre una población grande e importante, a mí nunca me causó complejo decir que era de una pequeña aldea que no figuraba en ningún mapa, perdida en un lugar de Illinois y que mis padres habían sido granjeros hasta que un desgraciado accidente acabó con la vida de mi padre y mi madre tuvo que vender la propiedad y trabajar duro para sacarme adelante y darme unos estudios. Tan duro, que murió apenas cumplidos los cuarenta y ocho años, gastada y agotada, con su corazón, habitualmente enfermo, herido ya de muerte desde que se quedó viuda.
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Nunca me ha avergonzado decir que soy un hombre de pueblo. Aquí, en la gran ciudad, donde todo el mundo presume de procedencia especial, alardeando ser de acá o de allá, siempre una población grande e importante, a mí nunca me causó complejo decir que era de una pequeña aldea que no figuraba en ningún mapa, perdida en un lugar de Illinois y que mis padres habían sido granjeros hasta que un desgraciado accidente acabó con la vida de mi padre y mi madre tuvo que vender la propiedad y trabajar duro para sacarme adelante y darme unos estudios. Tan duro, que murió apenas cumplidos los cuarenta y ocho años, gastada y agotada, con su corazón, habitualmente enfermo, herido ya de muerte desde que se quedó viuda.