Porque justamente en medio del camino, yacía aquel cuerpo bañado en sangre, como una piltrafa teñida de escarlata vivo.
Y eso, con ser terrible, no lo era tanto como la dama erguida ante él, con sus ropas negras flotando al viento, igual que un ser de pesadilla… y con sus manos largas y marfileñas mojadas en rojo, goteando sangre copiosamente… Sangre que salpicaba también siniestramente sus ropas, su blanco escote, su rostro, su melena negra, incluso dándole el aspecto de una demoníaca criatura, de un íncubo, surgida directamente de los dominios de Satán.
El coche no pudo frenar a tiempo. Paul tuvo que virar violentamente para no pasar los neumáticos sobre el cuerpo sangrante y precipitarse sobre la alucinante mujer manchada de sangre, con lo que el coche derrapó, yéndose contra un árbol lateral, donde golpeó, por fortuna brevemente y sin fuerza, ya que al fin habían funcionado los frenos.
En algún lugar de la hacienda, a más distancia de ellos, se percibió ahora un largo y terrible alarido de pavor.
Era una voz de mujer, presa del más agudo pánico que jamás creyera advertir cualquiera de los dos jóvenes ocupantes del coche inmovilizado.
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Porque justamente en medio del camino, yacía aquel cuerpo bañado en sangre, como una piltrafa teñida de escarlata vivo.
Y eso, con ser terrible, no lo era tanto como la dama erguida ante él, con sus ropas negras flotando al viento, igual que un ser de pesadilla… y con sus manos largas y marfileñas mojadas en rojo, goteando sangre copiosamente… Sangre que salpicaba también siniestramente sus ropas, su blanco escote, su rostro, su melena negra, incluso dándole el aspecto de una demoníaca criatura, de un íncubo, surgida directamente de los dominios de Satán.
El coche no pudo frenar a tiempo. Paul tuvo que virar violentamente para no pasar los neumáticos sobre el cuerpo sangrante y precipitarse sobre la alucinante mujer manchada de sangre, con lo que el coche derrapó, yéndose contra un árbol lateral, donde golpeó, por fortuna brevemente y sin fuerza, ya que al fin habían funcionado los frenos.
En algún lugar de la hacienda, a más distancia de ellos, se percibió ahora un largo y terrible alarido de pavor.
Era una voz de mujer, presa del más agudo pánico que jamás creyera advertir cualquiera de los dos jóvenes ocupantes del coche inmovilizado.