El asfalto estaba húmedo y brillante. De cuando en cuando, subían del río algunas rachas de vapor amarillento. No se oían ruidos apenas. La circulación, a tales horas de la madrugada, era escasa. La sirena de un remolcador sonó roncamente a lo lejos. Parapetada tras el oscuro quicio de un portal, había una mujer. Vestía un impermeable azul y cubría sus rubios cabellos con una boina del mismo color. De cuando en cuando asomaba el rostro con un claro gesto de nerviosa impaciencia. Una vez sacó la mano y consultó su reloj de pulsera. Pasaban ya de las tres de la madrugada. De pronto oyó ruido de motor y se guareció en la sombra del portal.
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El asfalto estaba húmedo y brillante. De cuando en cuando, subían del río algunas rachas de vapor amarillento. No se oían ruidos apenas. La circulación, a tales horas de la madrugada, era escasa. La sirena de un remolcador sonó roncamente a lo lejos. Parapetada tras el oscuro quicio de un portal, había una mujer. Vestía un impermeable azul y cubría sus rubios cabellos con una boina del mismo color. De cuando en cuando asomaba el rostro con un claro gesto de nerviosa impaciencia. Una vez sacó la mano y consultó su reloj de pulsera. Pasaban ya de las tres de la madrugada. De pronto oyó ruido de motor y se guareció en la sombra del portal.