El Jefe se inclinó sobre el interfono y soltó uno de sus acostumbrados bufidos:
— ¡Que venga MP-400 inmediatamente!
— Sí, señor — contestó su secretario personal —. Haré que lo busquen en el acto, señor.
El jefe debía de estar muy preocupado, porque cuando envió a buscarme no lo hizo por medios ordinarios, sino que envió nada menos que un gravimóvil, con una escuadra de guardias armados con fusiles radiantes. El jefe me conocía y sabía que sólo de esta manera era posible arrancarme de los brazos de la despampanante pelirroja con la que me había retirado a meditar unos días en las montañas de Tsink-Kasij.
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El Jefe se inclinó sobre el interfono y soltó uno de sus acostumbrados bufidos: — ¡Que venga MP-400 inmediatamente! — Sí, señor — contestó su secretario personal —. Haré que lo busquen en el acto, señor. El jefe debía de estar muy preocupado, porque cuando envió a buscarme no lo hizo por medios ordinarios, sino que envió nada menos que un gravimóvil, con una escuadra de guardias armados con fusiles radiantes. El jefe me conocía y sabía que sólo de esta manera era posible arrancarme de los brazos de la despampanante pelirroja con la que me había retirado a meditar unos días en las montañas de Tsink-Kasij.