Luego, nuevos zarpazos bestiales cubrieron de sangre aquella figura yacente, entre alaridos desesperados y estremecidos de la infortunada víctima. Forcejeó ella, luchó por apartar de sí aquella forma velluda, tremenda, poderosa y bestial, que estaba cubriendo de surcos desgarrados, sangrantes, su cuerpo todo.
Su grito se ahogó de repente, cuando las temibles zarpas, entre rugidos feroces, cayeron sobre su boca, su nariz, sus mejillas e incluso sus ojos.
El destrozo fue atroz, y la voz de la infortunada Frida se ahogó entre borbotones de sangre, cuando sus labios y encías destrozados dejaron fluir una intensa hemorragia. Uno de los ojos de la chica, reventó en un zarpazo, terminando de mutilar aquella faz, poco antes hermosa y provocativa.
Entre estertores roncos, convulsionado el cuerpo por espasmos de agonía, Frida rodó por la ladera, mientras bajo la blanca luna llena se perdían rugidos horribles, alaridos feroces de animal sediento de sangre, ávido de destrucción…
Luego, una masa velluda se movió a saltos, hasta desaparecer entre matorrales y árboles, en lo más profundo del bosque…
Abajo, en el arroyo, en su orilla, quedó inmóvil un cuerpo de mujer semidesnudo, entre jirones sangrantes de ropa. Las aguas se tiñeron de rojo lentamente. El silencio, el tremendo silencio de la muerte, se enseñoreó del bosque, de las montañas todas…
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Luego, nuevos zarpazos bestiales cubrieron de sangre aquella figura yacente, entre alaridos desesperados y estremecidos de la infortunada víctima. Forcejeó ella, luchó por apartar de sí aquella forma velluda, tremenda, poderosa y bestial, que estaba cubriendo de surcos desgarrados, sangrantes, su cuerpo todo.
Su grito se ahogó de repente, cuando las temibles zarpas, entre rugidos feroces, cayeron sobre su boca, su nariz, sus mejillas e incluso sus ojos.
El destrozo fue atroz, y la voz de la infortunada Frida se ahogó entre borbotones de sangre, cuando sus labios y encías destrozados dejaron fluir una intensa hemorragia. Uno de los ojos de la chica, reventó en un zarpazo, terminando de mutilar aquella faz, poco antes hermosa y provocativa.
Entre estertores roncos, convulsionado el cuerpo por espasmos de agonía, Frida rodó por la ladera, mientras bajo la blanca luna llena se perdían rugidos horribles, alaridos feroces de animal sediento de sangre, ávido de destrucción…
Luego, una masa velluda se movió a saltos, hasta desaparecer entre matorrales y árboles, en lo más profundo del bosque…
Abajo, en el arroyo, en su orilla, quedó inmóvil un cuerpo de mujer semidesnudo, entre jirones sangrantes de ropa. Las aguas se tiñeron de rojo lentamente. El silencio, el tremendo silencio de la muerte, se enseñoreó del bosque, de las montañas todas…