La había visto en muchos sitios, aunque nunca personalmente y menos tan de cerca. Para él, Dagmar Pelham lo tenía todo: juventud, belleza, inteligencia; era rápida, vivaz, sobresaliente en buen número de deportes, excelente pianista… Si hubiera querido dedicarse al canto en plan profesional, sería ya una estrella de ópera. Stuart Smith, con la copa en la mano, viéndola desde un rincón discreto del jardín en donde se celebraba la fiesta a la que asistía, se preguntó qué hada habría derramado todos sus dones sobre aquella hermosa muchacha. No, se dijo, un hada sola no había sido. Imposible, se necesitaban al menos un centenar, o Dagmar Pelham no sería lo que era actualmente.
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La había visto en muchos sitios, aunque nunca personalmente y menos tan de cerca. Para él, Dagmar Pelham lo tenía todo: juventud, belleza, inteligencia; era rápida, vivaz, sobresaliente en buen número de deportes, excelente pianista… Si hubiera querido dedicarse al canto en plan profesional, sería ya una estrella de ópera. Stuart Smith, con la copa en la mano, viéndola desde un rincón discreto del jardín en donde se celebraba la fiesta a la que asistía, se preguntó qué hada habría derramado todos sus dones sobre aquella hermosa muchacha. No, se dijo, un hada sola no había sido. Imposible, se necesitaban al menos un centenar, o Dagmar Pelham no sería lo que era actualmente.