El viento silbaba con fuerza, y en el cielo, las nubes se arremolinaban plomizas, envolviendo con sus grises celajes las cumbres de las montañas, signo indicador, junto con la baja temperatura reinante, de la proximidad del invierno, que se anunciaba extremado y cruel. Miré a través de la ventana de la sala principal de la posada. A lo lejos, la borrasca batía la cumbre del Speik, a casi dos mil metros de altura, cubriéndola de una fina cellisca blanca, que causaba la sensación, del humo de alguna erupción precedente de alguna boca volcánica abierta de modo inesperado en la cima de la montaña.
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El viento silbaba con fuerza, y en el cielo, las nubes se arremolinaban plomizas, envolviendo con sus grises celajes las cumbres de las montañas, signo indicador, junto con la baja temperatura reinante, de la proximidad del invierno, que se anunciaba extremado y cruel. Miré a través de la ventana de la sala principal de la posada. A lo lejos, la borrasca batía la cumbre del Speik, a casi dos mil metros de altura, cubriéndola de una fina cellisca blanca, que causaba la sensación, del humo de alguna erupción precedente de alguna boca volcánica abierta de modo inesperado en la cima de la montaña.