La chica estaba sentada en un banco del parque y lloraba desconsoladamente. Thor Ogden se detuvo y la contempló durante unos instantes, preguntándose cuál podría ser la causa de tanta aflicción. Ella no parecía haberse dado cuenta de su presencia. Con la cara oculta por las manos, sollozaba inconteniblemente, sin duda presa de un sentimiento que le causaba una pena gravísima. Al fin, compadecido, Ogden se sentó junto a ella y le formuló una pregunta clásica en semejantes situaciones: —¿Puedo hacer algo por usted, señorita?
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La chica estaba sentada en un banco del parque y lloraba desconsoladamente. Thor Ogden se detuvo y la contempló durante unos instantes, preguntándose cuál podría ser la causa de tanta aflicción. Ella no parecía haberse dado cuenta de su presencia. Con la cara oculta por las manos, sollozaba inconteniblemente, sin duda presa de un sentimiento que le causaba una pena gravísima. Al fin, compadecido, Ogden se sentó junto a ella y le formuló una pregunta clásica en semejantes situaciones: —¿Puedo hacer algo por usted, señorita?