El pequeño trineo, movido por un poco voluminoso pero potente motor eléctrico, se deslizó a casi cien kilómetros a la hora por la llanura helada, llegó al campamento, lo rebasó en unos ciento cincuenta metros, viró en ángulo de 90° y, finalmente, se detuvo al pie de un enorme bloque de hielo. Su piloto cerró el contacto y la hélice se detuvo tan silenciosamente como había girado hasta entonces. El piloto levantó la cúpula de la cabina del aparato y se volvió hacia la joven que se hallaba a su lado en el asiento delantero: —Ya hemos llegado, señorita Kildare. Ella hizo un gesto de asentimiento, mientras contemplaba la enorme mole de hielo casi tan transparente como el vidrio, situada a pocos pasos de distancia. La transparencia permitía ver con gran claridad lo que había en el interior del bloque.
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El pequeño trineo, movido por un poco voluminoso pero potente motor eléctrico, se deslizó a casi cien kilómetros a la hora por la llanura helada, llegó al campamento, lo rebasó en unos ciento cincuenta metros, viró en ángulo de 90° y, finalmente, se detuvo al pie de un enorme bloque de hielo. Su piloto cerró el contacto y la hélice se detuvo tan silenciosamente como había girado hasta entonces. El piloto levantó la cúpula de la cabina del aparato y se volvió hacia la joven que se hallaba a su lado en el asiento delantero: —Ya hemos llegado, señorita Kildare. Ella hizo un gesto de asentimiento, mientras contemplaba la enorme mole de hielo casi tan transparente como el vidrio, situada a pocos pasos de distancia. La transparencia permitía ver con gran claridad lo que había en el interior del bloque.