El sheik Abdullah El Feisal, del Emirato Árabe de Mullahj, sonrió complacido, mirando con una nueva luz en sus negros ojos cansados el paisaje urbano que podía distinguirse desde la ventana de su habitación en aquel centro médico norteamericano. —Mi respuesta, naturalmente, es «sí» —dijo con lentitud. Su interlocutor sonrió a su vez, inclinando ceremonioso la cabeza. —Me complace que confíe en nosotros —declaró suavemente—. Sabía que iba a tomar una decisión inteligente, señor. —Espero que lo sea —el árabe volvió sus ojos sagaces al otro hombre—. Por supuesto, me ha dado todas las garantías… —Puedo dároslas, os lo aseguro. Vos mismo habéis visto ya un ejemplo concreto, alteza…
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El sheik Abdullah El Feisal, del Emirato Árabe de Mullahj, sonrió complacido, mirando con una nueva luz en sus negros ojos cansados el paisaje urbano que podía distinguirse desde la ventana de su habitación en aquel centro médico norteamericano. —Mi respuesta, naturalmente, es «sí» —dijo con lentitud. Su interlocutor sonrió a su vez, inclinando ceremonioso la cabeza. —Me complace que confíe en nosotros —declaró suavemente—. Sabía que iba a tomar una decisión inteligente, señor. —Espero que lo sea —el árabe volvió sus ojos sagaces al otro hombre—. Por supuesto, me ha dado todas las garantías… —Puedo dároslas, os lo aseguro. Vos mismo habéis visto ya un ejemplo concreto, alteza…