Mientras el tren ascendía traqueteando por la empinada pendiente que se retorcía en las laderas de las montañas, Keith Dix contemplaba el paisaje, cómodamente repantigado en la mullida butaca, aunque cualquiera que se fijase en él le habría supuesto durmiendo, ya que tenía el sombrero echado encima de los ojos.
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Mientras el tren ascendía traqueteando por la empinada pendiente que se retorcía en las laderas de las montañas, Keith Dix contemplaba el paisaje, cómodamente repantigado en la mullida butaca, aunque cualquiera que se fijase en él le habría supuesto durmiendo, ya que tenía el sombrero echado encima de los ojos.