Precedido de un siniestro rumor de cerrojos que se abrían y cerraban, el hombre alto y fornido, de rostro pétreo, avanzó, escoltado por dos guardianes uniformados, hacia el lugar donde el condenado a muerte pasaba sus últimas horas. Al llegar a la última verja, fueron recibidos en persona por el jefe de vigilantes, quien se encargaba de que todo sucediese con normalidad. El jefe parpadeó al ver un rostro que le resultaba completamente desconocido.
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Precedido de un siniestro rumor de cerrojos que se abrían y cerraban, el hombre alto y fornido, de rostro pétreo, avanzó, escoltado por dos guardianes uniformados, hacia el lugar donde el condenado a muerte pasaba sus últimas horas. Al llegar a la última verja, fueron recibidos en persona por el jefe de vigilantes, quien se encargaba de que todo sucediese con normalidad. El jefe parpadeó al ver un rostro que le resultaba completamente desconocido.