La muchacha dormía apaciblemente en la cama. Un rayo de luna penetraba a través de la ventana abierta e iba a dar en su rostro, iluminándolo con suaves resplandores. Los rubios cabellos, esparcidos a modo de abanico de oro sobre la almohada, despedían singulares destellos. Uno de sus brazos aparecía fuera del cobertor y se veía redondo y mórbido, de piel blanca y satinada. De pronto, se agitó inquieta. Sus labios se movían irregularmente, emitiendo murmullos ininteligibles.
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La muchacha dormía apaciblemente en la cama. Un rayo de luna penetraba a través de la ventana abierta e iba a dar en su rostro, iluminándolo con suaves resplandores. Los rubios cabellos, esparcidos a modo de abanico de oro sobre la almohada, despedían singulares destellos. Uno de sus brazos aparecía fuera del cobertor y se veía redondo y mórbido, de piel blanca y satinada. De pronto, se agitó inquieta. Sus labios se movían irregularmente, emitiendo murmullos ininteligibles.