Olía muy bien, por cierto. El delicioso aroma de la carne asada llegó a través de aquel espacio hasta su sensible pituitaria, impresionando las células olfativas y causando espasmos de dolor en su estómago. Sin poderlo remediar, sacó la lengua y se humedeció los labios ansiosamente, aumentada repentinamente la secreción de sus glándulas salivares. Era ya de noche y lo único que se veía era aquella diminuta luz rojiza, encima de la cual, seguramente estaba tostándose un animal: un conejo, una gallina… o aunque fuera una rata, le daba lo mismo. El caso era que allí frente a él había carne y su estómago sufría frecuentes retortijones a causa del hambre que padecía. Era un hombre derrotado.
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Olía muy bien, por cierto. El delicioso aroma de la carne asada llegó a través de aquel espacio hasta su sensible pituitaria, impresionando las células olfativas y causando espasmos de dolor en su estómago. Sin poderlo remediar, sacó la lengua y se humedeció los labios ansiosamente, aumentada repentinamente la secreción de sus glándulas salivares. Era ya de noche y lo único que se veía era aquella diminuta luz rojiza, encima de la cual, seguramente estaba tostándose un animal: un conejo, una gallina… o aunque fuera una rata, le daba lo mismo. El caso era que allí frente a él había carne y su estómago sufría frecuentes retortijones a causa del hambre que padecía. Era un hombre derrotado.