En realidad, lo único que tenía que hacer nuestro héroe era permanecer sentado durante cuatro horas diarias delante de una máquina. Ni siquiera tenía que tocarla ni manejar la menor palanca para que aquélla siguiera funcionando. Su trabajo era ése solamente, estar sentado delante de la máquina. Lo único que veía Chet del aparato era un enorme panel que ocupaba toda una pared de unos cinco metros de alto por más del doble de ancho. Miles de lámparas piloto ocupaban casi todo el espacio frontero de la máquina y sus lucecitas multicolores se encendían y apagaban continuamente, en un chisporroteo que no cesaba jamás, que centelleaba día y noche. Cuando le tocaba su turno de trabajo, Chet ocupaba su puesto en una silla, detrás de una sencilla mesa de metal, y vigilaba la máquina.
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En realidad, lo único que tenía que hacer nuestro héroe era permanecer sentado durante cuatro horas diarias delante de una máquina. Ni siquiera tenía que tocarla ni manejar la menor palanca para que aquélla siguiera funcionando. Su trabajo era ése solamente, estar sentado delante de la máquina. Lo único que veía Chet del aparato era un enorme panel que ocupaba toda una pared de unos cinco metros de alto por más del doble de ancho. Miles de lámparas piloto ocupaban casi todo el espacio frontero de la máquina y sus lucecitas multicolores se encendían y apagaban continuamente, en un chisporroteo que no cesaba jamás, que centelleaba día y noche. Cuando le tocaba su turno de trabajo, Chet ocupaba su puesto en una silla, detrás de una sencilla mesa de metal, y vigilaba la máquina.