Era un grito espantoso, que no se parecía a ninguno de los que Ogilvy había oído en su vida. El tono de aquel alarido le hizo sentir escalofríos, no sólo por lo que podía significar, sino porque procedía de la garganta de la hermosa Leonora.
Salió corriendo de la habitación. De pronto, se topó con el doctor Bezthan, a quien vio lívido, desencajado, con el pecho lleno de manchas de sangre.
—He tenido que hacerlo, he tenido que hacerlo… —decía el galeno una y otra vez—. No era una mujer, sino un ángel infernal.
El doctor Bezthan había salido de una habitación próxima, cuya puerta estaba aún abierta. Aunque lleno de temor, Ogilvy supo reunir las fuerzas suficientes para avanzar hacia aquella estancia y mirar en su interior.
Detrás de él, Bezthan dijo:
—Era preciso hacerlo, había que impedir que se propagase su maldita estirpe…
Ogilvy se mareó a la vista del horrible espectáculo que tenía ante sí. Leonora estaba tendida en su lecho, semidesnuda, con una enorme estaca de madera clavada en el centro del pecho, entre los senos. Había sangre por todas partes y en el suelo, junto a la cama, yacía un gran mazo de madera, herramienta que había servido para hincar la estaca de madera en la blanca y perfumada carne de Leonora, ahora manchada de rojo en gran parte.
Description:
De súbito, un horrible alarido hendió la noche.
Era un grito espantoso, que no se parecía a ninguno de los que Ogilvy había oído en su vida. El tono de aquel alarido le hizo sentir escalofríos, no sólo por lo que podía significar, sino porque procedía de la garganta de la hermosa Leonora.
Salió corriendo de la habitación. De pronto, se topó con el doctor Bezthan, a quien vio lívido, desencajado, con el pecho lleno de manchas de sangre.
—He tenido que hacerlo, he tenido que hacerlo… —decía el galeno una y otra vez—. No era una mujer, sino un ángel infernal.
El doctor Bezthan había salido de una habitación próxima, cuya puerta estaba aún abierta. Aunque lleno de temor, Ogilvy supo reunir las fuerzas suficientes para avanzar hacia aquella estancia y mirar en su interior.
Detrás de él, Bezthan dijo:
—Era preciso hacerlo, había que impedir que se propagase su maldita estirpe…
Ogilvy se mareó a la vista del horrible espectáculo que tenía ante sí. Leonora estaba tendida en su lecho, semidesnuda, con una enorme estaca de madera clavada en el centro del pecho, entre los senos. Había sangre por todas partes y en el suelo, junto a la cama, yacía un gran mazo de madera, herramienta que había servido para hincar la estaca de madera en la blanca y perfumada carne de Leonora, ahora manchada de rojo en gran parte.