En la cabina del avión, el piloto canturreaba entre dientes, mientras observaba alternativamente el cuadro de mandos y el paisaje que se deslizaba a tres mil metros de distancia. En el asiento continuo, su único pasajero dormitaba apaciblemente, arrullado por el monorrítmico ruido del motor.
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En la cabina del avión, el piloto canturreaba entre dientes, mientras observaba alternativamente el cuadro de mandos y el paisaje que se deslizaba a tres mil metros de distancia. En el asiento continuo, su único pasajero dormitaba apaciblemente, arrullado por el monorrítmico ruido del motor.