Estaban presentes el alcalde, el fiscal y, naturalmente, mi jefe, el Comisionado Hankins. Éste, detrás de su mesa; los otros dos uno a cada lado, flanqueándolo como para recordarle que no debía usar conmigo de debilidad alguna.
Hankins me miró. Carraspeó.
—¡Ejem! Lo siento, Moran; no puede seguir perteneciendo al Departamento.
—Entiendo —murmuré sin amargura—. Mi fama, ¿eh?
—Así es —dijo el Comisionado—. Repito que lo siento, pero últimamente los periódicos se han metido mucho con nosotros… por culpa suya, Moran.
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Estaban presentes el alcalde, el fiscal y, naturalmente, mi jefe, el Comisionado Hankins. Éste, detrás de su mesa; los otros dos uno a cada lado, flanqueándolo como para recordarle que no debía usar conmigo de debilidad alguna.
Hankins me miró. Carraspeó.
—¡Ejem! Lo siento, Moran; no puede seguir perteneciendo al Departamento.
—Entiendo —murmuré sin amargura—. Mi fama, ¿eh?
—Así es —dijo el Comisionado—. Repito que lo siento, pero últimamente los periódicos se han metido mucho con nosotros… por culpa suya, Moran.
Estaba a punto de estallar, pero supe contenerme.