El pueblo estaba desierto. Strong parpadeó, de asombro al advertir que no se veía a nadie por la calle. Cabalgaba tranquilamente, al paso de su montura, examinando con ojos escrutadores los edificios que desfilaban a ambos lados de su avance. Nada, no se veía una sola alma. Y el caso era que Camp Ward no parecía una ciudad muerta, abandonada por sus moradores después de una fugaz época de prosperidad. No, todos los edificios se hallaban en buen estado y no se veían cristales rotos o cubiertos por una espesa capa de polvo. La cantina permanecía abierta de par en par. La oficina del alguacil se veía desierta. Al fondo de la calle, a unos cuatrocientos metros de distancia, se veía el antiguo fuerte que había dado su nombre al pueblo.
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El pueblo estaba desierto. Strong parpadeó, de asombro al advertir que no se veía a nadie por la calle. Cabalgaba tranquilamente, al paso de su montura, examinando con ojos escrutadores los edificios que desfilaban a ambos lados de su avance. Nada, no se veía una sola alma. Y el caso era que Camp Ward no parecía una ciudad muerta, abandonada por sus moradores después de una fugaz época de prosperidad. No, todos los edificios se hallaban en buen estado y no se veían cristales rotos o cubiertos por una espesa capa de polvo. La cantina permanecía abierta de par en par. La oficina del alguacil se veía desierta. Al fondo de la calle, a unos cuatrocientos metros de distancia, se veía el antiguo fuerte que había dado su nombre al pueblo.