Tenía la piel del color de la canela y su hablar era dulce y meloso. Sus ojos eran negrísimos, lo mismo que su cabello, que despedía a veces, de tan negro, reflejos azulados. Los labios escarlatas de Lucy Soares murmuraban palabras amorosas al oído de Bel Bassiter. Ella le acariciaba la mejilla con una mano, mientras los brazos de Bassiter se ceñían en torno a su talle, esbelto y flexible como una palmera. Fue entonces cuando Bel Bassiter percibió una llamada en el interior de su cerebro.
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Tenía la piel del color de la canela y su hablar era dulce y meloso. Sus ojos eran negrísimos, lo mismo que su cabello, que despedía a veces, de tan negro, reflejos azulados. Los labios escarlatas de Lucy Soares murmuraban palabras amorosas al oído de Bel Bassiter. Ella le acariciaba la mejilla con una mano, mientras los brazos de Bassiter se ceñían en torno a su talle, esbelto y flexible como una palmera. Fue entonces cuando Bel Bassiter percibió una llamada en el interior de su cerebro.