Estaba terminando de pasarse la maquinilla de afeitar por la cara, cuando la vio a través del espejo. Durante unos instantes, Kent Denning permaneció con la mano derecha en alto y la maquinilla zumbando furiosamente en el vado, sin vello en el que pudieran agarrar sus cuchillas. Era una muchacha de pelo castaño y ojos claros y risueños, bien formada y vestida con discreta elegancia. Tendría unos veintitrés o veinticuatro años y parecía resuelta, inteligente y osada, pero con una innegable dosis de simpatía en su cara, de un óvalo casi perfecto.
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Estaba terminando de pasarse la maquinilla de afeitar por la cara, cuando la vio a través del espejo. Durante unos instantes, Kent Denning permaneció con la mano derecha en alto y la maquinilla zumbando furiosamente en el vado, sin vello en el que pudieran agarrar sus cuchillas. Era una muchacha de pelo castaño y ojos claros y risueños, bien formada y vestida con discreta elegancia. Tendría unos veintitrés o veinticuatro años y parecía resuelta, inteligente y osada, pero con una innegable dosis de simpatía en su cara, de un óvalo casi perfecto.