La lancha, que por sus dimensiones y lujo interior, podía considerarse como un yate de recreo, le dejó en el pequeño muelle. A Rudy MacRae, el muelle le pareció la boca de un lobo, con sus dos enormes mandíbulas a punto de cerrarse sobre la embarcación, para triturarla con unos gigantescos dientes de cemento.
Pero no había dientes, sino más bien una especie de encajonamiento artificial al pie de los cantiles. Un poco más allá del muelle se divisaban tres o cuatro blancas casitas, de tejados rojos, muy apiñadas. Una incongruencia en aquellas latitudes tropicales, pensó MacRae.
Lo que había a veinte metros del mar era asombroso.
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La lancha, que por sus dimensiones y lujo interior, podía considerarse como un yate de recreo, le dejó en el pequeño muelle. A Rudy MacRae, el muelle le pareció la boca de un lobo, con sus dos enormes mandíbulas a punto de cerrarse sobre la embarcación, para triturarla con unos gigantescos dientes de cemento.
Pero no había dientes, sino más bien una especie de encajonamiento artificial al pie de los cantiles. Un poco más allá del muelle se divisaban tres o cuatro blancas casitas, de tejados rojos, muy apiñadas. Una incongruencia en aquellas latitudes tropicales, pensó MacRae.
Lo que había a veinte metros del mar era asombroso.