La chica yacía en la cama, completamente inmóvil, los ojos muy abiertos y las manos a lo largo de los costados. Estaba terriblemente pálida y la única señal de vida que se advertía en su cuerpo era el del pecho al alzarse y descender en el ritmo de la respiración, más lenta de lo habitual.El doctor Cartford entró, seguido de una enfermera, y se aproximó a la paciente. Se inclinó sobre ella y examinó sus pupilas con gran atención. Luego la auscultó y finalmente le tomó el pulso. Cuando terminaba sus operaciones, entraron dos hombres en la habitación.
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La chica yacía en la cama, completamente inmóvil, los ojos muy abiertos y las manos a lo largo de los costados. Estaba terriblemente pálida y la única señal de vida que se advertía en su cuerpo era el del pecho al alzarse y descender en el ritmo de la respiración, más lenta de lo habitual.El doctor Cartford entró, seguido de una enfermera, y se aproximó a la paciente. Se inclinó sobre ella y examinó sus pupilas con gran atención. Luego la auscultó y finalmente le tomó el pulso. Cuando terminaba sus operaciones, entraron dos hombres en la habitación.