LEE FLOYD entró en el bar, de discreta apariencia, y a un paso del umbral, paseó la mirada con aire natural por el interior del local, en el que había media docena de personas, aparte de las dos camareras que atendían a la clientela. Vio a la persona a quien buscaba y se acercó a ella tranquilamente, sin prisas. Era una mujer joven, y muy hermosa, aunque llevaba los ojos cubiertos por unas grandes gafas oscuras. El vestido era sencillo, color crema, adornado con una rosa roja en el hombro izquierdo. La rosa era la contraseña de reconocimiento de la dama, a la cual Floyd no había visto nunca.
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LEE FLOYD entró en el bar, de discreta apariencia, y a un paso del umbral, paseó la mirada con aire natural por el interior del local, en el que había media docena de personas, aparte de las dos camareras que atendían a la clientela. Vio a la persona a quien buscaba y se acercó a ella tranquilamente, sin prisas. Era una mujer joven, y muy hermosa, aunque llevaba los ojos cubiertos por unas grandes gafas oscuras. El vestido era sencillo, color crema, adornado con una rosa roja en el hombro izquierdo. La rosa era la contraseña de reconocimiento de la dama, a la cual Floyd no había visto nunca.