El coche rodaba velozmente por la carretera que cruzaba, larga y recta, el desierto. Su único ocupante había bajado la capota, a fin de obtener un mayor alivio con el viento provocado por la marcha del vehículo. A pesar de todo, de vez en cuando tenía que pasarse un pañuelo por la cara y el cuello, para enjugarse el sudor que brotaba en numerosas gotitas por los poros de su piel.
Detrás del coche quedaba una larga tolvanera de polvo, que se expandía lentamente por aquel desierto de cielo amarillo. La radio estaba abierta y los gangosos sones de un cantante de moda llegaban claramente a oídos del conductor.
A lo lejos se divisaron una serie de romas colinas, que rompían la abrumadora monotonía de la planicie. Bert Culvey lanzó un suspiro de alivio.
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El coche rodaba velozmente por la carretera que cruzaba, larga y recta, el desierto. Su único ocupante había bajado la capota, a fin de obtener un mayor alivio con el viento provocado por la marcha del vehículo. A pesar de todo, de vez en cuando tenía que pasarse un pañuelo por la cara y el cuello, para enjugarse el sudor que brotaba en numerosas gotitas por los poros de su piel.
Detrás del coche quedaba una larga tolvanera de polvo, que se expandía lentamente por aquel desierto de cielo amarillo. La radio estaba abierta y los gangosos sones de un cantante de moda llegaban claramente a oídos del conductor.
A lo lejos se divisaron una serie de romas colinas, que rompían la abrumadora monotonía de la planicie. Bert Culvey lanzó un suspiro de alivio.