Aunque las noches empezaban a refrescar, el dueño de la casa, Fulton C. Williamsburg, no había ordenado que le encendieran la chimenea. La temperatura era lo suficientemente soportable para poder pasarse sin ninguna clase de calefacción. Los pronósticos del tiempo, sin embargo, anunciaban mal tiempo, pero eso era algo que, en aquellos momentos, no preocupaba en absoluto al señor Williamsburg. Estaba sentado cómodamente en una butaca, repasando unos papeles, con el ceño fruncido. Había cosas que no le agradaban, pero también sabía que era muy poco lo que podía hacer para torcer el rumbo del asunto. Tal vez si no hubiera discutido tan ásperamente con aquel joven de genio demasiado vivo, pensó con cierta amargura, el asunto habría tomado un cariz muy diferente.
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Aunque las noches empezaban a refrescar, el dueño de la casa, Fulton C. Williamsburg, no había ordenado que le encendieran la chimenea. La temperatura era lo suficientemente soportable para poder pasarse sin ninguna clase de calefacción. Los pronósticos del tiempo, sin embargo, anunciaban mal tiempo, pero eso era algo que, en aquellos momentos, no preocupaba en absoluto al señor Williamsburg. Estaba sentado cómodamente en una butaca, repasando unos papeles, con el ceño fruncido. Había cosas que no le agradaban, pero también sabía que era muy poco lo que podía hacer para torcer el rumbo del asunto. Tal vez si no hubiera discutido tan ásperamente con aquel joven de genio demasiado vivo, pensó con cierta amargura, el asunto habría tomado un cariz muy diferente.