Los rostros estaban vueltos hacia el horizonte. Miles de ojos miraban al cielo con esperanza. Una esperanza de años y años, un deseo que había durado generaciones enteras y que ahora, por fin, parecía próximo a cumplirse. En la gran plaza, un altavoz emitió unas frases de tono monocorde:
—Faltan cinco minutos para el «Instante S».
La gente hablaba, pero los murmullos sonaban contenidos, temerosos. Apenas si se escuchaba un tenue zumbido de voces, el susurro de unos fieles en oración dentro de una gran catedral. Arriba, casi sobre sus cabezas, el sol era rojo, de un rojo sanguíneo, siniestro. Daba algo de calor y muy poca luz.
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Los rostros estaban vueltos hacia el horizonte. Miles de ojos miraban al cielo con esperanza. Una esperanza de años y años, un deseo que había durado generaciones enteras y que ahora, por fin, parecía próximo a cumplirse. En la gran plaza, un altavoz emitió unas frases de tono monocorde: —Faltan cinco minutos para el «Instante S». La gente hablaba, pero los murmullos sonaban contenidos, temerosos. Apenas si se escuchaba un tenue zumbido de voces, el susurro de unos fieles en oración dentro de una gran catedral. Arriba, casi sobre sus cabezas, el sol era rojo, de un rojo sanguíneo, siniestro. Daba algo de calor y muy poca luz.