El expreso rugía atronadoramente en la noche, mientras descendía por la geografía italiana, en busca de las cálidas y soleadas tierras del sur.
Sentado en un alto taburete, Bel Bassiter consumía indolentemente un refresco en el mostrador del vagón bar. A su derecha, una opulenta rubia removía dengosamente el azúcar de su taza de café.
“Una guapa moza”, pensó Bel, contemplando de reojo a la espléndida mujer, cuya edad calculó comprendida entre los veintiocho y treinta años. Había un detalle que le disgustaba, sin embargo: el color del pelo se debía a la química.
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El expreso rugía atronadoramente en la noche, mientras descendía por la geografía italiana, en busca de las cálidas y soleadas tierras del sur.
Sentado en un alto taburete, Bel Bassiter consumía indolentemente un refresco en el mostrador del vagón bar. A su derecha, una opulenta rubia removía dengosamente el azúcar de su taza de café.
“Una guapa moza”, pensó Bel, contemplando de reojo a la espléndida mujer, cuya edad calculó comprendida entre los veintiocho y treinta años. Había un detalle que le disgustaba, sin embargo: el color del pelo se debía a la química.