Llovía furiosamente. A cántaros. Como si todas las fuentes del cielo se hubiesen puesto de acuerdo para soltar sus caudales al mismo tiempo, amenazando con anegar al planeta con un segundo diluvio. El agua que caía, formaba una espesa cortina, que dificultaba grandemente la visibilidad. A una docena de metros, resultaba materialmente imposible distinguir otra cosa que no fueran sombras borrosas e imprecisas, casi espectrales. A pesar de todo, el temporal poseía, una característica singular: apenas se movía un soplo de aire. Los billones de gotas de agua caían completamente verticales, pero incesantemente, con cierta airada mansedumbre.
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Llovía furiosamente. A cántaros. Como si todas las fuentes del cielo se hubiesen puesto de acuerdo para soltar sus caudales al mismo tiempo, amenazando con anegar al planeta con un segundo diluvio. El agua que caía, formaba una espesa cortina, que dificultaba grandemente la visibilidad. A una docena de metros, resultaba materialmente imposible distinguir otra cosa que no fueran sombras borrosas e imprecisas, casi espectrales. A pesar de todo, el temporal poseía, una característica singular: apenas se movía un soplo de aire. Los billones de gotas de agua caían completamente verticales, pero incesantemente, con cierta airada mansedumbre.